viernes, 27 de abril de 2007

MUXIMA







El presente comentario surge de un diagnóstico: El arte contempóraneo ha perdido su relación con la sociedad, su crítica, su propuesta... su corazón en definita. Su conexión con lo humano, con lo vivo, se vuelve cada vez más difícil de establecer. Tal vez sea porque intenta reflejar la inmensa red del capitalismo tardío, tal como señala Jameson. O, como él mismo señala, porque se pierde en ella. Tal vez ya no sienta interés por relacionarse con lo humano, y sólo se refiere a sí mismo, se construye sobre sí mismo, y crea infinitas conexiones intertextuales imposibles de comprender para el hombre común. Vive inmerso en ese gigantesco edificio que relataba Jameson, sin entradas, con los vidrios dispuestos a impedir la visión desde afuera. Quizá sea un arte más cerebral. De todas formas, no comprendo por qué las mega producciones actuales, con miles de dólares invertidos, mostradas en grandes galerías de arte, cines, museos, teatros, generando toda una industria, transmiten menos calor que un simple acorde de un viejo cantautor, solo con su guitarra. Víctor Jara, con su tres cortos minutitos en "Te recuerdo Amanda", nos eriza la piel más profundamente que generaciones de artistas actuales. Ello, a mi parecer, puesto que Jara no intenta decir lo que nadie más ha dicho, dar la gran idea conceptual profunda, llenar de complejos y laberínticos datos e incomprensibles alusiones piscoanalíticas, sino que sólo se asocia al calor de la vida humana, tal cual es, y la deja fluir en cada uno de los acordes de la guitarra. Eso que suena tan simple, es tremendamente complejo: de ahí la genialidad de Jara. Sin embargo, no es por falta de creatividad o capacidad que el arte actual no transmite nada, sino por falta de voluntad; es un nuevo enfoque de lo artístico lo que ha triunfado, porque un nuevo enfoque de lo humano se ha impuesto. ¿Cómo el artista podrá reflejar la vida humana tal cual es, ese calor de lo vivo, si no es un artista de la calle, sino comparte vida ni la respira o la siente? El arte nace del artista, de sus experiencias. Si el arte de hoy es cerebral, es porque los artistas viven en un mundo cerebral, donde lo artístico sólo surge luego de infinitas conexiones neuronales, si una gota de sangre, de sudor, de soplo vivo de calor humano.



Es por ello que la obra de Alfredo Jaar, muxima me parece tan significativa. Él, como artista contemporáneo, utiliza las técnicas contemporáneas, sobre todo visuales, para traer de vuelta lo humano al arte. Recorrer sus obras no es sólo un gusto cerebral, sino que se vuelve a sentir esa palpitación de lo vivo. En su documental Muxima, que quiere decir corazón en kimbundú, nos sitúa de frente con la realidad angoleña, no a través de complejos análisis sociales, sino haciéndonos enfrentar a los hombres y mujeres, tal cual son, viviendo sus situaciones tan complejas y duras. En esa obra se siente el sudor del trabajador angoleño; se vive con él su miedo, su desazón, su angustia y agonía. Todo, a través de nueve cantos, enfocados a diversas realidades angoleñas, en que conviven en perfecta armonía las imágenes y la música de la canción tradicional angoleña Muxima, en diferentes versiones. Algo tan actual como el trabajo con imágenes y la documentalización, recupera parte del alma del arte de los '60, infinitamente humano y soñador. Y Mejor aún, no se vuelve dogmático. Sólo "aterriza" su visión, no tiene grandes pretensiones, no es opulento ni desmesurado. Vuelve a la sencillez de lo artístico, que no es más que la sencillez de la vida. Y así, el arte recupera la que es, para mí, su misión esencial: vincular a los hombres entre sí, favorecer su empatía, ayudar a que se comprendan, hacer notar lo oculto, lo escondido bajo capas de opresión, y ayudar a hacernos más humanos. Un arte que nos ayuda a darnos cuenta que, bajo capas y capas de intolerancia, racismo, opresión, racionalismo, ideologías, violencia, religión, explotación, etc. lo que está del otro lado también es un ser humano, y nos permite sentir los latidos de la vida...

...Muxima emprende el viaje contra el tráfico, de los incomprendidos, de los que "atornillan al revés". Viaje por retratar a los silenciados, a quienes no tienen voz, no por no poseerla, sino por que nadie se da el tiempo de escucharla. Se detiene en los latidos (tal como se detiene en esos ojos de un niño ruandés huérfano por el genocidio, en su obra "El silencio de Nduwayezu") de esos corazones oprimidos, y nos los hace sentir con la genialidad de su expresión. Por ello, se sube junto a nosotros en este barco de los locos, a navegar por aguas profundas, lejos de esa "realidad oficial" que nos quieren imponer.